Nada sucede a espaldas de nuestra capacidad de decidir. A toda historia personal la precede otra de amor propio que, aun postergado, es protagonista y pelea por un lugar que siempre puede ser mejor.
Si se mira en dirección contraria a nuestras necesidades, si se insiste en donde no es, si se espera lo que no sucede, sin enfrentar que lo que no pasa es también una señal, el tiempo llegó y nos está hablando.
Si se alimenta la idea de que alguien va a cambiar sin considerar que puede no ocurrir, si no ponemos un límite a lo que toleramos y desconocemos que eso podría ser un indicador de cómo nos tratan, si somos soberbios frente al poder absoluto de nuestro reloj vital, es el momento de actuar.
Si al menos una vez al día nos cuestionamos el lugar que ocupamos en nuestro presente y cómo nos sentimos frente a él, si nos ubicamos en el rol de víctimas en vez de ocupar el de héroes urbanos de nuestra realidad, si no sabemos pedir ayuda o, peor todavía, ignoramos el modo de recibirla, significa que los cambios se imponen y suplican por su lugar.
Si somos distintos a nuestra familia sin haber sido cambiados al nacer y no decimos nada para para evitar conflictos —y vivimos en conflicto por callar—, si sentimos la misma culpa por no ser que por lo que somos, debemos entender que, a pesar de los años y de los daños, la vida es el lugar para volver a empezar.
Si algo de eso, o todo, nos pasa, entonces es tiempo de pensar en una transformación. Es el momento de mirarnos en el espejo y preguntarnos: ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Por qué la inacción frente a lo que nos incomoda? Nos golpearán dudas en medio de un ruidoso silencio. Una voz harta de esperar nos gritará desde adentro con la intención de empujarnos hacia el primer paso. Puede parecer simple contestarnos y empezar a andar otro camino, pero para muchos no lo es.
No importa lo que otros esperan que seamos, no estamos en cada hoy para que los demás aprueben nuestras decisiones. Estamos aquí para vivir de acuerdo con nuestros deseos y para dar batalla ciega con la misma energía con que celebramos lo que nos hace felices.
¿Acaso sea hoy ese día en el que debemos decidir? ¿Por qué pensamos que puede ser mañana? ¿Existe otro tiempo que no sea cada ahora? No hay respuestas únicas. Los ayeres condicionan nuestra mirada y es difícil saber qué hacer con los pendientes de nuestra agenda emocional. No somos dueños del tiempo. En realidad, el tiempo es una creación de la mente. Lo que llamamos “pasado” es el lugar al que regresa la memoria con nostalgia, un ahora que dejó su huella y se convirtió en recuerdo. El “futuro” es apenas una promesa, esa imagen mental que se convierte en ansiedad si nos atrae o en miedo cuando los pensamientos adelantan que se estará peor. Mi verdad es el “Ahora”, allí existen las posibilidades, solo allí.
En consecuencia, desconozco el motivo por el que muchos demoramos lo que deseamos hacer. Me pregunto hasta cuándo. ¿Qué nos impulsa a planear sobre un futuro completamente incierto? Me respondo que hay que decidir de inmediato lo que depende de nosotros, sin planes a largo plazo que, como ilusiones ópticas, nos guíen a ver certezas donde no es posible tenerlas. Dar ese paso al margen de la vida que hace lo que quiere sin siquiera avisar. Sus imposiciones nos cambian la realidad en un parpadeo. Y, aunque a veces regala alegría, otras arrebata lo que creíamos que no íbamos a perder. A lo bueno nos adaptamos instantáneamente, pero a lo que nos quita, no. Y todo suma para restar bienestar.
¿Cómo seguir?
¿Dónde van las personas que fuimos y dejamos atrás? ¿Dónde se esconden las que se quedaron aun después de su partida? ¿Dónde encontramos el nuevo rol cuando los vínculos se rompen? Volver al recorrido final ¿es un modo de sanar la ausencia? ¿Mueren los lugares en donde hemos sido felices cuando ya no nos pertenecen? ¿Alcanza la memoria? ¿Se mide con nostalgia? ¿Qué pasa cuando el eje de nuestra vida cambia, porque la vida impone su ley de piedra?
Quizá hay un modo de procesar mejor las sacudidas inesperadas del destino que lo modifican todo. Tal vez sea una posibilidad considerar variables, antes de actuar frente a los duelos de todo tipo que nos cambian la existencia.
Los seres pueden definir lo inolvidable al momento de sentir y eso implica que se puede recordar y dejar ir.
Duelar duele y mucho. En el cuerpo y en el alma. En la cercanía y en la distancia. Desde la enfermedad hasta la salud y al revés. A veces no hay una muerte, pero siempre hay una pérdida. No es lo mismo, pero se siente parecido. Algo no volverá a ser como era. Se activan etapas preestablecidas como mecanismos de defensa: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Tienen lugar, en mayor o menor grado, siempre que sufrimos un cambio, buscado o no, es cierto. Pero es también verdad que, hay formas de transitar la vida mientras es dada, devorando la complejidad de cada hoy. Así resulta posible no tener pendientes al momento de enfrentar lo que ya no está a nuestro alcance.
Creo en etapas distintas y alternativas que podrían funcionar en seres que creen en nuevos caminos, en búsquedas y en verdades que habitan la sabiduría de quienes logran avanzar, aunque a veces retrocedan.
Determinaciones de otros fueron los sentimientos más emotivos que escuché jamás, me inspiraron y marcaron mi destino. Un viaje y la Tierra en los bolsillos, concebida desde la pura sensibilidad de la infancia, fueron las señales más precisas y preciosas que he tenido. Siento que la finitud de los seres y las vivencias guardan directa relación con las decisiones que hay que tomar sin demoras. No tengo respuestas, pero claro está, como la mayoría de las personas, tengo una lista de decisiones que tomar y de cuestiones que duelar de una vez. ¿Qué me detiene?
Pienso. Me enojo. Interpelo y audito a la mujer que soy. Reconozco en mi vida motivos para reír y también para llorar. Lo hago, a su tiempo. Me observo a carcajadas y me protejo de las lágrimas que me permito. Quizá, la clave sea aceptar que siempre deben convivir en nosotros los tramos de felicidad y de tristeza que nos habitan. Nadie es completamente feliz, ni lapidariamente triste. Lo sé y está bien que así sea.
Somos cada momento que nos toca vivir y también somos lo que hacemos en cada circunstancia.
Respiro hondo, busco en el cielo. Me gusta la humildad de mirar hacia arriba y el sentimiento que me provoca agradecer. Algo en mí crece. Cierro los ojos. Guardo las manos en los bolsillos. Entonces, mis dedos se mezclan, despacio, con la tierra que elegí juntar. La acaricio y me conecta con todo lo que entendí y quiero compartir.
Ya nada me detiene.
No coincidir. Ausencia de acuerdo entre personas
que se aman verdaderamente. Ser capaz de dar la
vida por el otro, pero no poder compartir el mismo
sueño. Sentir que es imposible ser parte de esa ilusión que los
proyecta juntos en un escenario distinto al imaginado. Paradójica verdad. El absurdo sin límites al que pueden llegar las
relaciones humanas. Dar vida, nombre y asunto al concepto
de polos opuestos, líneas paralelas o lo que es lo mismo: problema sin solución. En determinadas cuestiones no hay zona
de grises, la respuesta es sí o no. Sin variable, sin magia, sin
mediación, sin mitad de camino para encontrarse y ceder en
partes iguales en favor de acercar la distancia que separa.
Pero amar, amar tanto y creer en ese amor. Sentir con desesperación la necesidad de encontrar la salida. Ver un muro
donde se desean puertas, asomar a ventanas que dan al vacío,
escuchar cómo los mandatos sociales gritan su mudo accionar silencioso y corrosivo. Saber de memoria las palabras no
dichas, todavía, de quienes opinarán. Evitarlas.
Ser. Oírse. Llorar. Volver a pensar en lo mismo. Intentar
explicar. Enfrentar una situación en la que valen todas las
razones. Fracasar. Enojarse mucho, pero seguir amando con
desmesura. Saber que ese amor es todavía más fuerte que al
comienzo de la relación.
Desacuerdo que permanece incólume.
Palabras dulces que imaginan en voz alta lo que nuestra
convicción rechaza al mismo tiempo. De pronto, lo imprevisible toma protagonismo y mezcla la unidad de medida del
tiempo, de los vínculos y de la mismísima misión que nos
reclama.
Perderse en una nube de dudas efímeras y confusión.
Sentir el amor como un viento que nos llega por la espalda.
¿Qué hacer cuando la vida hace un nudo entre el presente
que transcurría perfecto, a través de un día a día maravilloso,
con una variable definitiva? ¿En qué instante el destino toma
los comandos de la felicidad y lanza sobre ella la impetuosa
desolación?
Aparece la palabra. Y es un interrogante. ¿Un paso en falso? ¿Una alternativa? Deconstruir: desmontar a través de un
análisis intelectual una cierta estructura conceptual. Evidenciar ambigüedades, fallas, debilidades y contradicciones de
una teoría. Demostrar las múltiples lecturas posibles.
¿Se puede deconstruir el amor?
Mi nombre es Isabella López Rivera y esta es mi historia. No es fácil sostener mi verdad y ser comprendida. Tampoco enfrentar lo que me sucedió, pero siento, me priorizo y
aprendo a vivir a diario. Escucho la voz que hay en mí. Estoy
segura de que el amor me define y me guía. A veces, ser
una misma puede convertirse en la inesperada respuesta a las
otras verdades que descubrí y que hoy decido contar.
Ser diferente y capaz de desafiar los límites para vivir
con las consecuencias.
Sentir que falta algo y no saber qué es.
Convivir con la sensación de capítulos en blanco en mi
historia.
Intentar a diario ponerle palabras al silencio para que otros
puedan comprender lo que yo misma, a veces, no entiendo.
Mirar el mundo y no poder evitar sentir que no sé quién
soy ni adónde pertenezco.
Recordar mi niñez y las lágrimas derramadas. Verme pequeña con mis kilos de más y mi pelo erizado. Mi madre
lejos. Siempre cerca de rechazarme y a gran distancia de un
abrazo. Yo era un pequeño ángel. ¡Tan solitario y anónimo!
Solo mi abuela me amaba por quien yo era. Como ahora.
Tolerar, desde entonces, la injusticia que amenaza la vida
en forma constante y actuar en favor de revertirla. No sucumbir ante lo inevitable. Sufrir y romperme en el trayecto.
Juntar las piezas de mi ser. Volver a comenzar. Reconstruirme.
Perder la capacidad de llorar. Vivir ahogada en lágrimas
que no son ni de emoción, ni de angustia, ni de felicidad. No
ser capaz de exteriorizar mi sensibilidad como el resto de las
personas y saber que hacerlo es la esencia de mi corazón cansado de latir al ritmo de lo que le es negado sin razón. Buscar
otro modo. Aceptar mi vida.Encontrar a alguien que entienda los colores de mi silencio
y pueda ver a través de mis ojos quién soy.
Ser testigo de la manera en que avanza mi oponente. ¿Es
mi adversario? ¿Soy víctima de mi pasado y mis decisiones?
¿O acaso es mi destino que me enfrenta a lo mejor y a lo peor
de mí para transformarme en una mujer más fuerte? ¿Es
mi culpa? ¿Podemos cambiar lo irreversible? Creer que sí es mi
respuesta.
Alguna vez, todos hemos estado convencidos de que nada
tiene sentido en el exacto momento en que el presente no es
bienvenido. Querer huir de su escenario por ausencia, por
dolor, por amor, por vacío, por presiones.
Enredarnos por la noche atosigados por un problema que
parece tan grave y urgente que nos mantiene despiertos, y
luego pierde esa gran importancia al amanecer.
Querer escapar de uno mismo, por tristeza, porque rendirse es la mejor opción, cuando en verdad la respuesta es
resistir y dar batalla, porque todo lo que necesitamos para ser
felices está esperando la oportunidad de mostrar que nada es
lo que parece y que, allí donde vemos oscuridad, hay también
siempre una estrella junto a la luna que ilumina la noche de
los sueños cansados pero vivos.
Mi nombre es Elina Fablet y esta es mi historia. Decidí
contarla el 16 de abril de 2019, día en que se incendió parte
de la Catedral de Notre Dame y, con ella, el arte lloró una
jornada de angustia y llamas. La misma noche en que los recuerdos no me entraban en la memoria y mi cuerpo parecía
estallar. Entonces, comencé a pintar el cuadro que revelaría
las respuestas que le faltaban a mi vida, guiada por los ecos
del fuego.
A veces hay que partir. Tomar decisiones dolorosas y
difíciles. Reunir en un mismo acto de valentía fuerzas que no se tienen y verdades que no se afrontan.
Tomar distancia. Soltar las certezas y bucear en la intensidad
de lo que no se conoce, pero se necesita.
Hay momentos en la vida en los que una maleta es la única opción. Casi siempre hay muy poco que poner en ella,
porque ya está cargada de un vacío que se expande. Sin embargo, se hace lugar y se guardan pequeños momentos que
se atesoran junto a alguna prenda que devuelve recuerdos.
Ropa y miedo. Además, esa foto que evoca el pasado del que
se quiere escapar, mientras en los ojos brilla la nostalgia de
lo que fue.
No es viajar por el mundo. Es haberse perdido en él y salir
a buscarse con desesperación.
Un día cualquiera, al detenernos un momento, nos sorprende ser parte de un escenario diferente. Los hijos no están
y el tiempo compartido con el amor de toda una vida se ha
convertido en una rutina corrosiva. Peor aún, los momentos
de soledad se han teñido de un amargo sabor a nada. ¿Qué
falta cuando aparentemente se lo tiene todo? ¿Es posible haber perdido, en las idas y vueltas del tiempo, la capacidad de
reconocer los momentos valiosos y la posibilidad de disfrutar
de las pequeñas cosas simples?
Entonces se impone la búsqueda y la determinación de
reencontrarse. Hallar a la mujer que habita ese cuerpo pero
que ya no está allí, a su propio alcance.
Asusta el camino a todas las respuestas. Porque la distancia abruma, aleja y nos enfrenta a un viaje interior que no
suele ser tan bello como los soñados paisajes que deleitan los
sentidos en los lugares que se visitan. El desafío es entender
que la vida pasa y el tiempo no pide permiso. Por eso, ser
feliz es una misión ineludible para evitar olvidarse de una
misma, inmersa en la repetida decisión de dar prioridad a
todo y a todos.
A veces, hay que irse. Saber leer la brújula del alma y animarse a conocer el destino que espera en algún lugar por la
mujer que somos. Las preguntas son ¿dónde? y ¿cómo?
Los recuerdos se les derritieron en el alma del engaño. Bajo
sus pies, el dolor ardía su fuerza y era más fuerte que la venganza. Sobre ese dolor caminaban hacia un destino incierto.
La mentira los hería de muerte, de olvido y de sinsabores.
Comenzaron a hundirse en el vacío que los acompañaría por
mucho tiempo. Quizá los venciera el sarcasmo con que la
injusticia se burlaba de ellos. Tal vez sus ojos sangraran para
siempre las imágenes de la traición. Los brazos de la seguridad estaban cerrados. Se sentían grises y no podían soslayar
la perfidia que había atravesado con su flecha el límite de sus
resistencias. Caían de la montaña rusa de la vida intentando
devorar el vértigo que les producía no saber dónde terminaba el abismo. Volver de allí era un desafío que no podían
enfrentar en soledad.
Laura G. Miranda
"Es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto."
Albert EINSTEIN
Hay que hacer lo que corresponde.
¿Tomar las decisiones correctas? ¿Elegir las personas adecuadas? ¿Aceptar los planes que la vida propone?
¿Qué sucede cuando no somos capaces de cumplir las consignas que las reglas de la perfección imponen? ¿Qué ocurre en
el exacto momento en que la determinación es escapar de los
mandatos y animarse a lo diferente, a lo arriesgado, a lo jamás
pensado?
¿Por qué se condenan las acciones del alma cuando no se ajustan a los principios terrenales de las estructuras?
Provocar la razón y confiar en los impulsos. Atesorar las ganas y desbordar los sueños. Sentir, como único modo posible de
alcanzar la felicidad.
Creer en la inexorable fuerza de las convicciones y en las únicas posibilidades del tiempo. Liberar las anclas que nos enlazan
al pasado y vencer las dudas que detienen el futuro. Tomar distancia de todo aquello que ha sido igual durante repetidas décadas ausentes de reflexión.
Transgredir, si es necesario. Aceptar el desafío que descubrimos en el espejo. Permitir que los sentimientos nos definan y
prohibir que nos encadenen a un prejuicio.
Hay un momento en que es necesario gritar "¡Basta!". Actuar
en la inteligencia de que el límite imaginario entre lo correcto y
las presuntas equivocaciones anunciadas es solo el tiempo que
dura el instante de la decisión.
Apostar en favor de las chances infinitas de revertir reveses.
Elevar plegarias que no sean vanas, aún en altares profanos. Olvidar los hechos que jamás debieron suceder, en un lugar donde el silencio erosione la memoria. Entender el instinto y no juzgar las promesas; derribar las
puertas de las oportunidades y abrazar la incertidumbre.
Ser capaces de perdonar a otros y a uno mismo. Percibir que esa grandeza supone una vida mejor.
Encerrar los miedos en una cofradía donde mueran las lágrimas que rodean el alma rota. Pecar, si eso significa desintegrar
preceptos sin más consecuencias que avanzar.
Ir a dormir cada noche con la certeza de que tanto lo hecho
como lo omitido, ha sido consecuencia de la verdad de nuestro
corazón. Comprender que, solo así, cada destino será capaz de
redimir las fronteras del alma para amar más y mejor
¿En qué parte del universo se esconden los finales de las historias inconclusas?
¿Dónde está el destino de los amores que debieron ser y no fueron? ¿Quién dispone el
encuentro de dos miradas que jamás pudieron olvidarse, aun cuando se acostumbraron a no
pensarse, a fuerza del tiempo sin saber nada del otro? ¿Es cierto que el pasado regresa con
hambre de futuro? El amor ¿se filtra en el destino como el miedo en las decisiones?
Todo es una mínima sensación dentro de la nada que absorbe la voluntad de quienes
buscan la salida del laberinto del alma.
Aceptar. Entender que hay hechos que no son modificables, que el tiempo no espera
las decisiones pero tampoco vuelve atrás a buscar motivos. Lo que ha sido no
necesariamente ocurrió por una valiosa razón. Así como tampoco puede asegurarse que lo
que no sucedió fue evitado por obra del azar.
Olvidar la boca y el beso. Arrancar de la memoria la mirada y el sabor. Dejar ir al
amor que no pudo ser y tener la capacidad de descubrir que el destino tiene sus reveses. No
toda derrota es pérdida ni todo triunfo es victoria. En cuestiones de amor nada es definitivo.
Elegir. Apostar al instinto o a la coherencia sin tener la certeza de que se ha dejado
de lado lo menos importante. Asumir que tener opciones puede ser una bendición o todo lo
contrario, según sea el riesgo.
Reconsiderar. Volver a comenzar. Sentir una vez más.
Hubo una vez un hombre que amó a una mujer
de manera inevitable.
Un magnífico hombre que encontró en la piel de
esa mujer las razones de su existencia y el modo de
detener el tiempo.
Descubrió en su boca la magia que guardaban las
palabras no dichas y en sus manos, el latido de su placer.
En su corazón halló el asombro que atropelló sus
noches y lo convirtió en cómplice de su insomnio.
En sus labios saboreó el enigma del paraíso y en su
respiración conoció el ritmo vital de su historia.
Hubo una vez un hombre que amó a una mujer
de manera ineludible.
Un hombre maravilloso que encontró en los sueños de esa mujer el mapa de su destino y en su ausencia, el tamaño infinito de su espera.
Descubrió en sus ojos las verdades del pasado y en
su vientre, un lugar en el mundo.
Hubo una vez un hombre que amó a una mujer
de manera irremediable.
Tan intensamente la amó que adivinó que moriría sin saber si existía un amuleto contra el vacío de
perderla.
Se llamaba Calixto Perseo.
Laura G. Miranda
Una noche que se queda conmigo para siempre. Gracias es la palabra que se impone. El premio es "soñado" y todo lo dicho en reconocimiento supera cualquier expectativa.
Una noche que unió personas del deporte y la cultura que eligen el esfuerzo, resisten la adversidad y creen en lo que hacen.
Una noche de entrega, de admiración y de orgullo recíproco.
Mar del Plata fue la gran premiada, porque fue nuestra amada ciudad quien vio nacer a todos los que obtuvimos este maravilloso y único Lobo de Mar Edición 29.
A todos, gracias siempre por estar.
¡Los abrazo!
Laura G. Miranda
No es la traición, es la confianza robada que jamás se recupera.
No es la mentira, es la inevitable consecuencia de no poder volver a creer.
No es el silencio, es la ausencia que acompaña el espacio vacío de palabras.
No es el miedo, es la insoportable preocupación que conlleva.
No es la soledad, es la injusticia que la hizo cierta.
No es la vida, es el lugar que ocupamos en ella y el modo en que elegimos vivir.
Laura G. Miranda
Lloraba lágrimas que como un desgarro le quitaban pedazos de su corazón roto y lastimaban su memoria.
Lloraba y le ardían los ojos no menos que la herida abierta de su alma porque él se había ido. El hombre al servicio de quien había puesto, con desmesurado amor, los mejores años de su vida, ya no estaba. Aunque aún permanecían sus cosas en la casa, aunque no había habido despedidas, aunque nadie había pronunciado la palabra adiós.
Él, se había ido aunque regresaría esa noche y cenaría en su mesa para luego, dormir en su cama.
Sin embargo, ya no estaba allí. No era parte de su vida, ni de sus sueños, ni de sus proyectos. La había sacado silenciosa y lentamente de su mundo.
Emilia se había quedado vacía en el mismo momento en que el telón había caído de sus ojos y había visto la verdad. Le dolía vivir, le dolía pensar, le dolía ser…estaba tan sola en su dolor...
Él, había borrado la historia que juntos habían escrito y con furiosa indiferencia le gritaba que fuera ella quien tomara la decisión.
Todo era nada o la nada era todo. ¿Cómo podría ser más fuerte que sus miedos? ¿Sería capaz de vencer tanto dolor?
Laura G. Miranda
Quería lo que no tenía y en su infinita fe, esperaba que los giros del destino abrieran los ojos, la señalaran y le dieran la posibilidad de la chance cumplida.
Quería lo que no tenía y batallaba contra las dificultades que la separaban de aquello que por derecho le correspondía. Se había ganado lo que anhelaba pero la vida no practicaba la justicia del reconocimiento a diario.
Quería lo que no tenía y el pecado de ese deseo derrumbaba las puertas de su reacción.
Quería lo que no tenía y se estaba convirtiendo en lo que sufría porque practicaba la injusticia de no valorar lo que sí le había sido dado.
Aquella noche, soñó que estaba sola con su alma fría. No había seres queridos, ni posesiones, ni tiempo, ni olvido, ni siquiera una imagen en el espejo. Había perdido todo, solo la acompañaban recuerdos. Se pregunto si eso era la muerte pero no pudo hallar respuesta. Se le negaba el descanso y el dolor acumulaba lágrimas en su corazón. ¿Importaba en esas circunstancias lo que quería? ¿Qué quería en realidad? ¿Cuales eran sus prioridades? ¿Era esa pesadilla el presagio de su futuro?
Despertó queriendo huir de la desesperación del vacío. Entonces, todo cambió. Ella corrió de su vida lo que no tenía, esa paradójica falta que ocupaba más lugar que todo lo demás y le dio importancia a lo que sí poseía entre sus manos: la invaluable posibilidad de ser y cambiar.
Laura G. Miranda
Emblemáticos. Significan posibilidad o frustración según sea nuestra habilidad para hallar la salida. Son desafíos continuos que cambian de forma y dimensión a la par de nuestras vivencias más adversas. Dijo Leopoldo Marechal que: "De los laberintos se sale por arriba", frente a esta idea supe escribir que algunos laberintos tienen techo... porque los sentimientos enredan el espacio aéreo de las soluciones. El corazón se apresura pero el tiempo se detiene en las dudas que nos tapan la visión. Y nos queda la actitud, atrapada en un cuerpo cansado que olvidó como resistir y un alma agotada de volver a empezar. Entonces, la vehemencia de las convicciones hace su trabajo y recuperamos la chance de continuar ilesos y felices. No existe Laberinto que pueda vencer lo que somos ni aquello en lo que creemos.
En fín, con techos o sin ellos, complicados o simples, coloridos o fúnebres, para bien o para mal, somos nosotros los que nos perdemos entre sus paredes y somos también nosotros los dueños de la fuerza, la inteligencia y la tenacidad necesaria para liberarnos de sus muros. De ningún laberinto se sale con llave ajena.
Laberinto... palabra que rodea uno de mis sueños y encierra una nueva posibilidad.
Laura G. Miranda
Caminaba conteniendo las lágrimas que las imágenes vividas le empujaban al corazón. Recuerdos que hacían de si mismos un fuerte de imposible olvido. El lugar, le abrazaba el rechazo inexplicable de quien había dicho amarla desde y para siempre. Palabras que se tragaba la nada cuando acaba de confirmar que él la había sacado de su vida al extremo de no atender sus llamados. ¿En que momento había cambiado el hecho de que se necesitaban para vivir por la cobarde decisión de dejar de escucharla? Entró a la iglesia buscando las respuestas de un Dios en quien ya no confiaba pero a quien le reconocía el poder sobre las decisiones de otros. Ella sabía que él no había sido ni era capaz de enfrentarla, sabía que terminaba con las cuestiones que no podía controlar, sin importar lo que hubiera que hacer, ni siquiera si eso le dolía, lo hacía sin más. Sin embargo, la certeza de saber que sus desalmadas acciones fracasarían frente al sentimiento que no era capaz de evitar, le dio valor. El estar segura que sus caricias y sus besos le arderían en la memoria de su piel y no tener dudas sobre que el eco de sus palabras continuaba siendo irresistible para ese hombre que la ignoraba, le provocó una sonrisa a pesar de todo. Ninguna otra mujer le haría temblar el cuerpo y el alma, ni siquiera esa con quien finalmente se iba a casar. El amor era letal a veces y quienes ejecutaban sus mandatos solían cometer los mismos errores más de una vez. ¿Había cometido ella un error al permitirle entrar en su vida? ¿Había sido él, el error viviente que buscó hallarla para abandonarla después? ¿Acaso el error era que él elegía que no lo amen? ¿Por qué ese modo endeble de imponer una decisión inconsulta? Él era un falso abanderado de la democracia afectiva, él era una versión culposa de las razones que no supo sostener. No habría ya nuevos capítulos, excepto esa mirada interminable que él encontraría al final de cada momento y al comienzo de cada sueño, porque desechada o no, él la amaba aunque quisiera dejar de hacerlo y jamás podría olvidarla. Ella lo sabía.
Laura G. Miranda
Y entonces tuvo que aceptarlo. No sabía sentir a medias, no conocía la zona de grises cuando de latir diferente se trataba. Intentaba descubrir si eso era una bendición o un inoportuno desequilibrio que la enfrentaba desde que tenía uso de razón. Todo lo vivía en sus máximos. Se encendía de vida cuando amaba lo que hacía o se inundaba, sumergida en sus propias lágrimas, cuando la adversidad le ganaba la pulseada.
Era libre hasta perderse enredada en sus propias cadenas y era también, prisionera de las convicciones que defendía. Era el cielo en el que vibraba sus sueños sin límites y era también, las raíces añosas que le gritaban la realidad. Era verdad intensa y era ficción real. Era lo que decía pero también, se reconocía en lo que callaba. Era la mirada color miel que el espejo le devolvía, esa que esperaba al destino sin dejar de actuar y era también, ese silencio que encerraban sus ojos, que lo daban todo a cambio de nada. Era quien dejaba partir sin reveses aunque no entendía. Era aquello en lo que centraba su atención. Era, simplemente era lo que sentía y hacía hasta convertirse en el sentimiento o en la acción. No sabía ser de otro modo aunque, a veces, le hubiera gustado. Para ella la entrega era absoluta y el rechazo letal. Y en ese ser alguien, conocerse y comprender, iba su vida y el tiempo avanzaba sobre ella con la impunidad de los poderosos. Los días transcurrían sin pedirle permiso a sus miedos ni a sus deseos y le arrebataban la fibra más íntima de sus secretos. Las dudas le arañaban las certezas y atreverse le quitaba la respiración. No era una mujer fatal, apenas era lo que la profundidad de sus sensaciones le permitían mostrar, con las manos atadas de razón y el corazón agitado de oportunidad. Se preguntaba ¿Cuántas heridas cabían en sus años? ¿Cuántos perdones y cuántas ilusiones? ¿Sería, acaso, que los sentimientos máximos erosionaban la posibilidad de llegar al final del camino que llevaba el nombre de su felicidad?
Laura G. Miranda
Azotada por el viento y la lluvia, la casa de la playa se mantenía de pie. Enfrentaba la naturaleza y la fuerza que signaba su ubicación en el destino, con la hidalguía de los objetos que no ignoran su sacralidad. Esa casa sabía que solo tenía un dueño, ese hombre que por amor la había construido durante años, solo para esperar a la mujer de su vida.
La historia de ellos era diferente porque elegían darle una oportunidad a la distancia que separaba sus besos antes que a las dudas que laceraban sus convicciones. No podían estar juntos eso era fatalmente verdad, les estaban vedados los proyectos porque la vida había jugado caprichosamente sus cartas a destiempo. Ambos lo sabían. Sin embargo, bajo la misma tormenta que acariciaba sus sentidos y les hacía latir los recuerdos en la piel, asumían que los reveses del destino eran insospechados. Él le había jurado amor eterno delante de un Dios que no era el suyo y ella, había tomado su promesa frente a ese altar profano que ignoraba la intensidad del sentimiento que los unía.
Habían aprendido a robarle al tiempo ratos escondidos detrás de escenarios insólitos, y entonces, sensaciones indómitas les atravesaban los labios y el alma. Se trataba de un caso de "imposible amor". Porque no era posible amar tanto, desafiaba los límites de los corazones más atrevidos y profundos. Porque importaba y no, que todo fuera adversidad cuando se preguntaban por la cantidad de noches que llevaban sus nombres en el futuro. Porque era agonía y placer, la proximidad de sus cuerpos y ese estado de permanente suspiro.
Mientras, la casa de la playa igual al hogar que soñaron juntos, esperaba por ellos. Quizá esas paredes frente al mar tuvieran las respuestas que ellos no conocían. Tal vez, esa casa que pretendía encerrar temblores y desenfrenos, supiera lo que iba a suceder.
La habitación latía distinto cuando el aire que flotaba sobre la cama anunciaba la llegada de la verdad. Afuera, las olas furiosas cubrían de abrigo el cuello de esa ilusión que crecía. Todo el paisaje se había convertido en el único lugar en la tierra que podía dar testimonio de secretos y revelaciones.
Laura G. Miranda
Solemos pensar que conocemos el significado y alcance de esta palabra pero creo que no es tan simple. Alguien me dijo que extrañaba al ser amado hasta el dolor físico. Me contó que se le anudaba la respiración y que sentía como la ausencia, la distancia y la separación se propagaba en su interior, al extremo de reducir todo a un solo pensamiento, que llevaba el nombre de la persona amada. Dijo que nada tenía sentido cuando lo único que esperaba era estar a su lado y no podía. Todas sus prioridades habían cedido ante esa presencia que era más necesaria para vivir que el mismo aire. Describió con exactitud que tan dentro suyo estaba, que escuchaba latir su corazón y había perdido el ritmo del propio. Me pregunte sumida en la sorpresa de no haberme detenido antes en esta cuestión, si eso era posible. Entonces, imaginé la situación de modo personal. Puse mi alma y mi cuerpo al servicio de una intensidad de ficción, como tantas otras veces, quité de mi vida por unos instantes, los seres que necesito para vivir con el fin de poder asimilar el contenido de ese verbo: "extrañar".
El hallazgo fue letal. Creo que uno puede morir de ausencia sino cuenta con la seguridad de la reciprocidad del sentimiento que lo atraviesa. Se descubre entonces que la piel llora, las caricias gritan y los abrazos se convierten en el oxígeno necesario para llegar a retener la mirada, el beso o el encuentro. Duele el centro del corazón que agoniza y se debilita el pulso cuando la imagen de la despedida se distrae y parece alejarse. Las manos intentan retener lo que el destino llevó a otro sitio y alguna lágrima se impone entre la nostalgia y el deseo de volver a estar. Supongo que solo los fuertes son capaces de extrañar en el más profundo sentido del término y de sobrevivir a esa sensación de vértigo, que puede dar razones para vivir o para morir, según sean las chances de acortar distancias, redimir ausencias o interrumpir separaciones. No importa a quien se extrañe, tal vez lo único relevante sea la convicción de que uno es capaz de hacer esquina con la oportunidad del reencuentro o siendo ello imposible, no dudar que hay una eternidad que espera por todos.
Laura G. Miranda
Pensando en los seres que creen haberse olvidado. Construyendo personajes para mi nueva historia, me enfrentaron estas preguntas. ¿Dónde está el destino de los amores que debieron ser y no fueron? ¿Quién dispone el encuentro de dos miradas que jamás pudieron olvidarse, aun cuando se acostumbraron a no pensarse, a fuerza del tiempo sin saber nada del otro? ¿En que parte del universo se esconden los finales de las historias inconclusas? ¿Es cierto que el pasado regresa con hambre de futuro? El amor, ¿Se filtra en el destino como el miedo en las decisiones?
La verdad es que no lo sé.
Tal vez, lo descubran mis protagonistas.
Tal vez, sea tan simple como aceptar que el destino manda y, tarde o temprano, vuelve a buscar lo que le pertenece.
Pudo no haber ocurrido nunca pero sucedió. El pasado gritaba la oportunidad detenida en ese tiempo, en el que había quedado entrampada la ilusión de un amor intenso que no fue. La vida había hecho camino en sus destinos y ellos, sin darse cuenta, habían creído olvidar los detalles. Pasaron años hasta que una noche cualquiera, como un desafío a la memoria, alguien pronunció su nombre frente a él. Entonces, de manera irremediable se desató el nudo que lo separaba de los sentimientos guardados. ¿La había encontrado? ¿Cuál era el mensaje que la vida quería darle, al enfrentarlo con la certeza de sentir que ella existía en algún lugar no tan lejano? ¿Qué pretendía el destino al lanzarle su recuerdo como un alud de posibilidades? No tenía respuestas. Solo pudo sentir la necesidad de hallarla para no volver a perderla. Todo a su alrededor se convirtió en esos ojos color miel que lo habían atravesado con su mirada interminable. Ella era todas las palabras no dichas y se había convertido en su sueño.
Mientras, sin saber que era el único pensamiento en la vida de ese hombre, aquella mujer atendió el teléfono y de inmediato, fue atrapada por esa voz que despertó la entrega que no fue. Su corazón aceleró el ritmo de sus ansias y él, atravesó las barreras del tiempo para instalarse en la memoria de los besos que su boca recordó. Tuvo miedo. Casi tembló. La emoción gobernaba su ser y no fue capaz de razonar. ¿Acaso el pasado volvía a buscar lo pendiente? ¿Sería definitivo, lo que no había sido, si ocurría después de todo? ¿Había estado siempre enamorado de ella y no había sido capaz de decírselo?
No encontró respuestas. Solo pudo sentir la necesidad de escucharlo. Todo a su alrededor se convirtió en las ganas de estar a su lado. Él era un latido distinto en su alma y quizá, quisiera decirle todo lo que ella esperaba.
Laura G. Miranda
Cuando la vida no da alternativas, somos reales víctimas de una imposición que, puede o no gustarnos, pero que acabamos acatando como una ley vigente. Así, un trabajo, una relación, una decisión, una enfermedad, el modo de sanarla cuando es posible, la pérdida y las ausencias, nos enfrentan a nuestro perfil de aceptación y la impotencia de no poder dar un giro a los hechos lleva nuestro nombre. Algunos decimos "es lo que hay" como una manera de terminar de incorporar al alma lo que ya se instaló en ella sin permiso.
Sin embargo, lo increíble es comprobar que muchas veces nos invaden con una fuerza extraordinaria "las opciones" y nos quitan el sueño. Se filtran como la humedad entre nuestras preocupaciones. ¿Por qué? Porque jamás sabemos si al elegir estamos dejando de lado lo menos importante o quedándonos con lo no tan bueno. Entonces, el tamaño de una decisión conlleva ser responsables del acierto o del error y nos cuesta. Claro que no es simple decidir, porque siempre significa animarse. Para eso hay que confiar en uno y dejar de lado el miedo, cuestiones que no todos los días son posibles. Es en ese momento que equivocadamente nos quejamos por no saber que hacer. Recordemos entonces que poder elegir es ser ricos en oportunidades.
¿Lo bueno? Que si hay opciones hay chance de mejorar, de proyectarnos, de poner de manifiesto quienes somos y potenciar la felicidad. En su otro lado hay posibilidad de aprender de las malas elecciones para no repetirlas jamás. Tener personalidad es el único requisito. Es mejor elegir con criterio propio que convertirse en una mala copia de lo que se mira, por no hacerlo.
Creo que es una bendición ver la magia de las variables y atreverse a más. Elegir no es fácil pero es un maravilloso testimonio de estar vivo.
Laura G. Miranda
Mirando mi vida, convertida en la observadora que a veces soy de los detalles de mis emociones, descubrí que en todos mis logros y en lo que aprendí de mis fracasos, en cada risa que me desbordó de felicidad y en cada lágrima que derrotó temporalmente mis instintos de continuar, hubo algo común.
En los mejores resultados de mis proyectos, en mis sueños más grandes y en mis tiempos más difíciles, siempre estaba allí mi compañero de silencios y batallas..."el esfuerzo", ese que no sabe de horarios ni de límites, que solo conoce de entrega y honestidad, ese que jamás se rinde o desiste.
Yo no sé, si todo o algo de lo que tengo se lo debo a la suerte, es una cuestión sobre la que suelo reflexionar. Para mí, la suerte es el camino fácil que se le atribuye al éxito a cambio del cual nada se ha dado...
Me atrevo a decir que hay una llave que abre todas las puertas con independencia del factor suerte y es la convicción firme de creer en lo que se desea, el hecho concreto de dejar en esa idea el mayor esfuerzo y la necesidad de derramar sobre cada reconocimiento que nos llega, toda la humildad y gratitud de la que somos capaces.
Todos tenemos en el bolsillo del alma una copia de esa llave, usémosla para que no sea la suerte la responsable de lo bueno ni la culpable de lo demás. Para que el destino sea la consecuencia de lo que decidimos hacer para lograr lo que más queríamos. Para que el resultado solo dependa de nuestras acciones.
Laura G. Miranda
Y uno batalla contra una realidad hostil, que nada recuerda de los valores que heredó, de los tiempos en que la palabra era un tesoro invaluable hermanado con la honestidad.
Y uno insiste en lo que sabe justo por concesión divina y por atribución legal.
Y uno resiste los embates de un destino que, con o sin derecho, hará lo que tenga dispuesto.
Y uno va andando el camino, sin detener las convicciones, ni los sueños, ni el esfuerzo, ni la entrega.
Y uno choca contra la áspera impunidad de quienes optan por la traición y lo incorrecto.
Y uno espera que el tiempo pase rápido cuando sufre y que se detenga en la memoria de los instantes inolvidables.
Y uno cree fervorosamente en la fuerza del perdón cada vez que recibe el impacto de otra herida.
Y uno vuelve a caer y el memorable mecanismo de levantarse cobra infinita vida.
Y uno pelea contra la ausencia de quienes han partido y llora el vacío.
Y uno se cansa...Pero vuelve a comenzar, sin estar del todo convencido de si realmente se justifica, continuar luchando en la guerra entre lo que debe ser y lo que, irremediablemente es, esperando que lo primero se imponga.
Y uno, soy yo y es cualquiera, que una mañana despierta sintiendo que enfrentar la vida, a veces, no es tarea humana después de todo.
Y uno elige ser feliz siempre, porque todo pasa, todo llega y todo cambia cuando se actua con el corazón.
Laura G. Miranda
Construir una historia conlleva el hecho necesario de concebir sus personajes, de lograr que la ficción se nos meta en la piel y que los sentimientos que ideamos nos atraviesen.
Se convive durante meses con esa creación enlazada a todo y a nada a la vez. Una irrefutable verdad que paradójicamente no existe.
Y entonces, llevamos los chicos al colegio, hacemos una ensalada, estamos en la cola del banco o tomamos una audiencia y aparece la idea. Si, eso que debe pasar irremediablemente y que quedó pendiente al abandonar el teclado. Una especie de desesperación silenciosa nos recorre por temor a olvidar lo que la inspiración, algo inoportuna, nos lanzó como una flecha de sentido y argumento.
El tiempo pasa, los personajes tienen su propia vida y reclaman tiempo de la nuestra. Una empatía poco habitual genera expectativa.
Al escribir la última palabra del capítulo final, elaboré una suerte de duelo. Puede que viva esto en sus máximos y no se entienda, pero me cuesta dejarlos ir. Es algo difícil de explicar porque siendo una mezcla de desgarro y nostalgia es también, una maravilla que emociona y me llena de felicidad!
Comenzaré mi lectura de corrección y mis protagonistas, empezarán a alejarse de mí para acercarse a ustedes. Saber que recibirán el cariño de quien los lea, me genera un sentimiento único.
No imaginan cuanto agradezco la posibilidad de poder escribir sabiendo que del otro lado, ustedes esperan para leer mi nueva historia, es ese hecho el que le da sentido y posibilidad a seguir soñando.
GRACIAS SIEMPRE!
Laura G. Miranda
Hay situaciones en la vida que nos enlazan con la sensación permanente de vértigo, que nos atan al cuello una soga de la que cuelga la preocupación latente por algo que no podemos resolver. ¿Que hacer con tanta presión originada en el laberinto que nos separa de la solución? ¿Cómo manejar la angustia de los momentos que nos encierran el alma y nos ahogan la razón? Me pregunto si existe un modo de atacar ferozmente al miedo, para que sea nuestra actitud, la que le de miedo al miedo...y mientras siento que no soy capaz de asustar a nadie, me doy cuenta que me sobra energía para enfrentar los temores, porque ellos nacen dentro de mí y es allí, donde deben también morir.
Es cierto que no siempre tenemos respuesta para las cuestionen que nos apremian en la cotidianidad pero no es menos verdad que ninguna circunstancia, por tremenda que sea, puede arrebatarnos la actitud. Por eso me planto frente a la preocupación, la miro directo a los ojos y pienso que mi destino no la quiere allí, que todo pasa y que nada opacará la felicidad que por derecho me corresponde a mí y a todos los que dan lo bueno para cosechar lo mejor.
Laura G. Miranda
Cada vez que me acerqué a una autora en busca de una dedicatoria que coronara mi ejemplar y lo convirtiera en un tesoro más valioso aún para mi biblioteca, la emoción acompañaba el ritmo de mis latidos en la misma medida en que esas palabras esperadas, pensadas solo para mí, se aproximaban. Si además, la autora se tomaba el tiempo de conversar conmigo y dedicarme una sonrisa o un comentario entonces el momento se llenaba de magia y por mucho tiempo seguía flotando entre mis pensamientos hasta ser un recuerdo de esos a los que se vuelve siempre.
Envuelta en mis propias sensaciones yo creía que ella lo daba todo a cambio de mi humilde presencia allí.
Pero el tiempo pasó, no desistí de mis sueño, escribí, atravesé diferentes estados de ánimo, esperé y continué escribiendo hasta que Ediciones B Argentina contrató mi "Amuleto contra el vacío" y apenas dos meses después de su publicación me llevó a firmar ejemplares a la Feria Internacional del Libro Buenos Aires.
Entonces, lo entendí.
No es la autora la que lo da todo aún cuando en todo su ser corra la sangre que así lo desea, es la lectora...ese ser único que busca en lo escrito redimir su tiempo de angustia o potenciar el de felicidad. Es la lectora, esa pequeña gran mujer anónima, que sabe de sueños más que nadie y de generosidad como ninguna. que te regala su tiempo de lectura, ese que ya no recuperará nunca más para otra actividad, que te sonríe y hace que tu corazón se rompa en un estruendo de gratitud, que te habla de tus personajes y los conoce y te hace temblar la piel al descubrir que tiene en su memoria quizá más detalles que vos que lo viste nacer. Es la lectora, ese insoslayable corazón de cariño que llega a verte haciendo mil esfuerzos, tal vez más de lo imaginado, solo a cambio de tu dedicatoria y como si fuera poco, es capaz de hacer largas filas y después te abraza, te pide una foto y es feliz.
Es la lectora que atenta a todo y aunque no pueda ir en busca de su preciada dedicatoria te lo hace saber y te hace llegar lo mejor por mensajes.
Es la lectora ese alma contenta que deja de lado su propia adversidad y cuando ya no esta con vos publica una foto en facebook y te etiqueta regalándote más de su preciado tiempo, te recomienda, te desea lo mejor y te pide más historias.
¿Puede una autora tener reserva emocional para tanto? Yo no...por eso habiendo transcurrido dos días desde que firme ejemplares durante dos horas en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires [Sitio Oficial] sigo sintiendo que les debo este reconocimiento, mínimo comparado con lo que recibí y recibo, pero necesario para poder continuar haciendo esto que amo hacer que es escribir.
GRACIAS queridísimas lectoras por tanto...
Laura G. Miranda
Y entonces cuando el cuerpo debería disfrutar su merecido descanso y el calor encierra el lugar donde vivimos comienza a suceder el fenómeno inevitable: los pensamientos intrusivos se anuncian en nuestra memoria con un cartel luminoso. La lista de pendientes cobra dimensiones extraordinarias y los pendientes del corazón nos arrebatan el sueño como si fueran dueños de nuestra madrugada. ¿Por qué la noche multiplica las preocupaciones hasta un irremediable infinito que muere con el amanecer? ¿Quién le dio a la noche el poder de hacernos sucumbir ante una duda que por la mañana nos hace sentir desconocidos ante la importancia que le dimos?
La noche corre por mis venas de una manera insoportable a veces, en sus horas, la ausencia es depredadora, la lógica es confusa y hasta la certeza de mi nombre se me escapa entre la seguridad que necesito, el presento que vivo y el futuro que me espera. ¿Por qué la noche, cada noche, me desafía? No lo sé...apenas puedo decir, que amo escribir de noche será porque así le gano la pulseada a su fuerza y la convierto en lo que soy.
Laura G. Miranda
Alguna vez escuché que "una aprende a ser hija cuando es madre". Me pareció un juego de palabras interesante que creí comprender, pero no fue así. Yo asomaba mis 18 y no tenía hijos, y ese hecho, el de haber sido madre marcaba la diferencia en la cuestión. Madre de Sala de Partos, madre del corazón, madre adoptiva, madre adoptada, madre presente al fin. Todas tenemos una huella, un antes y un después, en el mapa de nuestra vida y es el momento en que esos seres maravillosos que son los hijos llegan a nosotros para siempre. En ese instante se recibe el legado silencioso y se produce la magia que nos hace entender lo que alguna vez escuche. Nunca volvemos a estar del todo tranquilas, si son bebés, si son niños, si son adolescentes o si son adultos, todo nos preocupa. Desde una otitis a la madrugada hasta un compañero que le pega en el jardín. Si salieron a bailar o si son titulares en su equipo. Si una profesora los tiene entre cejas o si un amor los engañó. Nada vuelve a ser igual. Si logran cosas, si luchan, si fracasan, si caen, si se levantan, nos convertimos en omnipresentes, capaces de enfrentarlo todo, por esos seres que nos dan la chance cotidiana de sembrar lo bueno para cosechar lo mejor y no es fácil . Sufrimos hasta la agonía emocional o somos felices hasta el riesgo de colapsar de orgullo. Y siempre vamos por más.
¿Por qué hoy esta reflexión? Porque hace un rato le dije a mamá que estaba preocupada por mi hija y ella respondió: "Eso nunca pasará. Siempre habrá algo. Yo sigo preocupada por vos cuando viajas." En ese momento supe que hay un legado silencioso, que no pasa de una generación a otra sino que se mantiene en todas ellas a la vez y es la entrega hacia los hijos que conlleva la preocupación. Amo ser madre y creo, que aprendí a ser mejor hija desde que recibí esa bendición.
Laura G. Miranda
Anoche pensaba que importante es que las personas que queremos, esas que son indispensables para nosotros lo sepan. A veces, la inseguridad puede hacer sufrir de modo desmesurado a los que perciben el fantasma de la indiferencia justo al otro lado de esta vida nuestra que nos cambia de roles en segundos. Y una aprende a ser madre, amiga, hija, esposa, hermana, niñera, médico, remise, abogada, docente, asesora de imagen, cocinera, escritora, hombro, mano, oído y corazón. Somos incondicionales víctimas del tiempo que no tenemos y nos enredamos en un delivery de postergaciones y aciertos. Sin darnos cuenta, llega otra vez la madrugada mientras alguien que queremos sinceramente, quizá siente que lo olvidamos y acumula desencanto y dolor. Alguien que también podemos ser nosotros. ¿Es culpa del tiempo? ¿Es responsabilidad de las obligaciones? ¿Es culpa nuestra que no sabemos y no podemos, aun deseándolo, delegar? ¿Es culpa del otro?...¿Hay culpables? ¿Se quiere menos porque la frecuencia en el trato disminuye? ¿Quién le dio al tiempo los sentimientos que llevamos dentro para disfrazarlos de espejismos?
Creo que el secreto es saber con nivel de certeza que nada de lo ocurra tiene suficiente fuerza para cambiar el amor que sentimos, para resentir las amistades verdaderas, para doblegar lo que honestamente hemos construido. No debemos ser rehenes del tiempo en cuyo abismo vivimos buscando horas que no hay porque cuando queremos es para "siempre", lo demás son circunstancias. No le demos paso a la duda afectiva porque paradójicamente en los tiempos que nos envuelven no hay tiempo para dedicarle a cuestiones que nos dañan en base a suposiciones. El corazón manda y es siempre fiel a lo que lleva dentro, el resto es solo cuestión de agendas múltiples.
Laura G. Miranda
Hubo un momento en que la adversidad parecía ganar el tramo que separa la voluntad de continuar y luchar por aquello en lo que se cree de la inevitable desolación que repliega la capacidad de creer en la propia fortaleza.
Ese exacto momento en que el corazón se detiene y susurra un "no podrás", justo cuando las lágrimas son un océano y llorar no consuela ni calma.
El faro que guía las decepciones se oculta entre la tormenta de sinsabores e injusticias...
Sin embargo, al otro lado de ese mismo momento la vida grita que siempre amanece y una mano amiga apreta la razón y seca las lágrimas. La palabra, puente insoslayable que sana el alma, llega de los labios de esos seres únicos y los hechos toman el color y la dimensión de la mirada que los observa.
Es entonces cuando el destino devuelve lo que se ha entregado y una solución vence la tempestad. Pruebas de las que algo hay que aprender.
En ese momento, aclara la oportunidad de ser feliz y la elegís.
Laura G. Miranda